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Martí en nuestro corazón

Martí en nuestro corazón

Por Cecilio Jiménez Marroquí (colaborador)

Para los cubanos, Martí representa la iluminación de una intensa tradición ética, política y cultural que se inicia en las postrimerías del siglo XVIII. Ninguna dimensión le faltó para llegar al corazón de los cubanos. Basta recordar sus evocaciones de aquellos fundadores y los juicios que sobre ellos emitió, penetrados de un sentimiento de entrañable vinculación, para comprender la profunda conciencia que él tenía de pertenecer a ese linaje de próceres liberales, hijos de las fecundas resonancias que en Hispanoamérica tuvieron las doctrinas de la ilustración, sazonadas después con los fuegos del romanticismo.

Al Padre José Agustín Caballero lo llamó "padre de los pobres y de nuestra filosofía". Habla con veneración de la época en que "salidos de sus manos, fuertes para fundar, descubría Varela tundía Saco, y la Luz arrebataba". 

Con el pensamiento de José de la Luz, de quien hizo uno de sus más bellos elogios, tiene especial afinidad, por su doble corriente empírica y espiritualista. Condena lo que llama, con frase exhaustiva, "la inocencia pintoresca y odiosa del patriarcado" fundada en la esclavitud, pero advierte que "siempre será honra de aquellos criollos la pasión que, desde el abrir de los ojos, mostraban por el derecho y la sabiduría, y el instinto que, como dote de la tierra, los llevó a quebrar su propia autoridad, antes que a perpetuarla".

No creyó nunca que en los hombres de recta conciencia fuesen decisivos ni la configuración clasista ni el influjo cultural extraño. Creyó en la autoctonía espiritual de cada americano y cubano en relación consigo mismo, con su tierra y con su pueblo.

De Caballero, Varela, Heredia, Saco, Del Monte, Luz, cuyas esencias estaban vivas en el colegio de Mendive, precede históricamente Martí, pero a todos los supera por la amplitud y profundidad de su genio, por la radicalidad de su visión política y también por la altura de los tiempos que le tocó vivir.

Martí surge cuando ya se ha agotado la esperanza reformista, que el autonomismo intentara resucitar sobre las cenizas del Zanjón, y cuando la experiencia de la Guerra de los Diez Años, cuyo primer acto simbólico es la liberación de los esclavos, ha dado al país, primero en los campos insurrectos y después en la emigración, un grado de coherencia social que no conocieron las generaciones anteriores.

Fue el primer dirigente que propuso a nuestro pueblo, en forma programática. La independencia radical, basada en la igualdad efectiva de todos los cubanos, sin aborrecer las raíces hispánicas, ni aceptar la más leve intromisión de los Estados Unidos, que desde principios del siglo veía a Cuba como territorio apropiable, fatalmente destinado a pertenecerle de una forma u otra.

La República que él quería para Cuba, según la bosqueja en sus documentos políticos cimeros, sería una República civilista, basada en la libre discusión de todas las cuestiones públicas y en respeto absoluto a los derechos ciudadanos; una democracia integral, sin privilegios de casta ni clase, sin el menor rastro de discriminación de ningún tipo, fundada en el disfrute equitativo de la riqueza cultural, y en la reivindicación de las masas productoras.

Martí en nuestro corazón porque somos martianos. Y como dijera Cintio Vitier: "Es un concepto que tiene varios planos. En el plano cultural es estudiar su obra, en el plano humano es seguir sus doctrinas, en el plano heroico es combatir o caer por los ideales que él defendió."

Ser martiano es una manera de ser cubano. A Martí se saluda con flores y Bandera en cada lugar del país. Martí está en las palabras de los hombres y en los proyectos para construir, sembrar o estudiar. Martí se integra con lo mejor de cada uno para subsistir permanentemente en lo más íntimo del habitante de la Isla.

 

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